¡Que no odio a los heteros!. Lo que pasa es que no me gusta su rollo. Entiendo que hay algunos divertidos, simpáticos y alternativos; aunque he de reconocer que "lo alternativo" cada vez me crea más sospechas. Bueno, el caso es que admito que tengo unos cuantos amig*s entre ell*s a los que quiero con locura. Y estoy de acuerdo,... al igual que putas, maricones, trans, tortilleras y otras degradaciones sexuales "hay de todo". Pero una vez hecha esta aclaración debemos puntualizar cual es su lugar en nuestra sociedad, y lamentándolo mucho la heterosexualidad y sus comulgantes se encuentran en la cima de la pirámide del valor sexual como diría Gary Rubin.
La primera irritación surge cuando se cuestiona la heterosexualidad. Una actividad de crítica de este tipo requiere ipso facto una introducción llena de buenas intenciones, en la que se reconozca la diversidad de posturas, los cambios producidos en los últimos años, la solidaridad y tolerancia de muchos heterosexuales respecto al reto de minorías sexuales, y el reconocimiento de que no a todos les gusta ser "clasificados de igual modo". Sin embargo, no entiendo el malestar que provoca estudiar el panorama de la diversidad sexual en la escena social. Pronto nos damos cuenta de que existen algunas prácticas sexuales llevadas a cabo por un determinado grupo que son dominantes respecto al resto de modos de gozo sexual. Seguramente se puedan hacer otros análisis, pero la heterosexualidad inequívocamente domina nuestro espectro sexual. Yo tengo claro que este malestar heterosexual es consecuencia del sentimiento de inestabilidad que puede provocar una crítica radical. Si embargo, lo que molesta no es la crítica, lo aseguro, sino que es la posible pérdida de privilegios adquiridos.




